18 de junio de 2013: Un día soleado con sentimiento de liberación, corría por mi cuerpo. Eso de poder tocar la punta de la Torre Eiffel con el dedo meñique. Sentir que te comes el mundo y que nada puede estropear ese momento de felicidad, de gloria.
En ese mismo momento, cuando estás tocando la punta, cuando todo es luz, en esa casa es todo sombra y confusión. Un hombre en sus cincuenta, con una mente prodigiosa y enferma, duerme en el garaje.
Y cuando piensas que llegarás a casa, y verás a aquel hombre comiendo un bocadillo en la cocina, o tomando un café, o tirado en el suelo con el perro, se rompen tus pensamientos.
Primero te vuelves pequeña, diminuta. Ves cómo la Torre Eiffel crece, y crece. Ocupa todo el cielo azul de París. El sol llora y las nubes no le acompañan. De repente, la torre se balancea, como la de Pisa. El corazón te oprime el pecho, sientes que realmente todo ha llegado a un fin.
Ilusiones, planes para del futuro, palabras, promesas, abrazos. Desaparecen en cuestión de segundos con un 'Sí' ahogado en lágrimas y sollozos. En un mar de pena, en un mundo sin sol.
Pero el mejor remedio es la sonrisa y la palabra. Esa sonrisa que te hace fuerte, esa palabra que te determina.
A pesar de los pesares, de las tristezas, sigo sonriendo.
Nada es infinito: ni la felicidad ni el dolor.
Papá.